Resumen de Sobre el deseo
“Por qué queremos lo que queremos”, el subtítulo del libro de William B. Irvine, autor también de “El arte de la buena vida“, deja entrever la posibilidad de que su ambición es dejar que los lectores vislumbren el funcionamiento oculto de sus corazones. Pero “Sobre el deseo” es una exploración mucho menos romántica de lo que indica su cubierta, con sus flores y rostros atormentados y abatidos. De hecho, una descripción precisa del contenido del libro sería “Cómo no desear lo que deseamos”, pero, por supuesto, eso podría asustar a todos, excepto a los ascetas decididos.
Como todo ser sensible sabe, el deseo puede causar problemas. Esclavizados a nuestros deseos, de comida, refugio, amor, comodidad, comunidad, estatus -la lista es interminable-, nos salvamos por tenerlos. Cualquiera que haya sufrido una depresión grave puede atestiguar que el deseo es un signo de vida tan vital como el latido del corazón. Sin deseo estamos psíquicamente muertos, nuestros cuerpos corren el peligro inminente de seguir a nuestras almas.
Cómo vivimos y sentimos los deseos
La primera parte expone “la vida secreta del deseo”: cómo experimentamos nuestros deseos, desde los que se refieren a las necesidades básicas de los animales, como la comida, hasta los objetivos abstractos -la estima de nuestros semejantes, por ejemplo- que pueden parecer tan necesarios como la comida para las complicadas criaturas que no pueden vivir solo de pan. El deseo no puede satisfacerse por definición.
Por eso, todo objeto de deseo tiene un valor “posicional” además de absoluto. El coche que te encantaba al entrar en el aparcamiento del trabajo pierde su encanto cuando ves la máquina más cara que conduce un rival. Y, sin embargo, tienes suerte si lo que deseas puedes, con esfuerzo, conseguirlo. Los fracasos del deseo, llamados con razón crisis por Irvine, no solo son dolorosos, sino también potencialmente peligrosos. Perder la capacidad de desear es la condición sine qua non de una depresión grave.
Pero retener el deseo sin encontrarle sentido a su satisfacción –lo que Tolstoi llamaba una “detención de la vida”– presagia un profundo colapso existencial que también puede presagiar el suicidio. Todavía doloroso, aunque no tan funesto, es sentir asco por los deseos que se tienen, como hizo Siddhartha Gautama cuando comprendió el sufrimiento ilimitado del hombre y comenzó su viaje hacia la iluminación.
Para desear, una criatura debe ser capaz de experimentar sentimientos buenos y malos y luego recordar estos sentimientos y lo que los inspiró. Los psicólogos evolucionistas suponen que estas capacidades –sentir, recordar los sentimientos y desear– se desarrollaron conjuntamente porque el deseo depende de la conciencia de que una cosa es más, bueno, deseable que otra.
Los diferentes tipos de deseo
Hay dos tipos básicos de deseo. Un deseo “terminal” es un fin en sí mismo; un deseo “instrumental” es uno concebido al servicio de otro deseo. Producidos a menudo en largas secuencias destinadas a promover un objetivo vago o inalcanzable, los deseos instrumentales representan una “inmensa mayoría” de los que tenemos. Imaginemos cuántos deseos instrumentales se pueden engendrar teniendo la fama como deseo terminal.
La persona que busca la fama como, por ejemplo, un vocalista, desearía cantar bien, lo que le haría desear tomar clases de canto, encontrar el mejor profesor, conseguir un trabajo mejor pagado para poder pagar los honorarios del mejor profesor, reescribir su currículum para conseguir ese trabajo, comprar un traje nuevo para una entrevista de trabajo, etc. Más allá de esto, las cadenas del deseo a menudo se entrelazan, como cuando el deseo de fama está conectado con el deseo de seducir a mujeres hermosas, otro deseo terminal que puede inspirar sus propias cadenas instrumentales.
Para complicar aún más nuestra insaciabilidad, nuestros cerebros tienen “sistemas generadores de deseos”, un sistema verbal dominante que produce deseos “racionales” (instrumentales) y -quizás más importante- racionaliza aquellos deseos que surgen de otros sistemas inconscientes.
De hecho, nuestra naturaleza adaptativa, que ha garantizado nuestra supervivencia, puede ayudar a explicar nuestra eterna insatisfacción. Acostumbrados a las mismas cosas que antes anhelábamos, las damos por sentadas y su atractivo desaparece.
Para, respira, y no tomes decisiones por impuslo
¿Cómo podemos aguantar bajo la implacabilidad de nuestro deseo? Pasemos al quijotesco tema de “lidiar con nuestros deseos”. Para satisfacer un deseo, debemos convertirlo en nuestro objetivo y trabajar para conseguirlo, pero si el objetivo es trascender el deseo por completo, esta estrategia no sirve de nada.
Desear no desear, después de todo, es en sí mismo una nueva forma de deseo. Además, manipular nuestro “B.I.S.”, o sistema biológico de incentivos -la maraña de dendritas y neuroquímicos que nos recompensa con buenas sensaciones cuando satisfacemos nuestros deseos- es peor que inútil. Un experimento tras otro ha demostrado que el hombre exclusivamente racional es incapaz de cualquier acción.
Las emociones, que podrían parecer que inhiben nuestra capacidad de usar la razón, son necesarias para tomar decisiones. Sin ellas, eliminamos la motivación, incluso una tan básica como la de apartarse del camino del tráfico que se aproxima.
Conclusiones de Sobre el deseo
En realidad, la única esperanza de gestionar -no de conquistar- el deseo es la conciencia. Un estudio comprimido de los diversos mecanismos religiosos y filosóficos que los humanos han creado en su intento de dominar el deseo muestra que todos ellos se reducen a que alcancemos con esfuerzo mayores niveles de conciencia.
El “camino intermedio” entre el hedonismo y el ascetismo que aconsejaba Buda, las oraciones del judío o del cristiano, la templanza del musulmán, el razonamiento que sustenta todas las filosofías: todos ellos tienen como objetivo no extinguir el deseo, sino llegar a un estado de atención plena que nos permita alterar nuestra relación con nuestros deseos, y así alcanzar la tranquilidad. Afortunadamente, para todos los escritores cuyo mayor deseo es comentar el deseo, no hay muchas posibilidades de que lo consigamos.
Si el resumen de Sobre el deseo de William B Irvine le ha gustado, otros libros del mismo estilo, como “Meditaciones“, “Invicto” o “Los mejores libros sobre estoicismo“, le encantarán.